martes, 19 de febrero de 2013

...y un hombre acelera el proceso natural, hace llegar el otoño a mi ventana.
 Las hojas se pasaron de secas y ennegrecen los restos de la lluvia...

Fuego... viento... agua...

Me sorprende la desesperación de un momento a otro. 
El pulso pierde su capacidad de ser medido. 
Los ojos miran sin ver. 
El pecho se estruja y el flaco hace sentir su ausencia mil veces más. 
El pie no siente las piedras que pisa sin pensar. 
Las piernas tiemblan, no prometen sostener. 
Las manos... las manos queman, el agua hierve. 
Los pulmones expulsan lo tóxico de la vida, el humo se acomoda en cada célula y pretende no salir. 
El viento deja de comunicar y traiciona a un elemento. 
El fuego convierte al mundo en un efímero instante de ser, avanza poderoso, lleno de luz... va dejando dolor y desolación, soledad triste. 
La voz puja por ser un grito, un grito que nos devuelva el agua a la temperatura que refresca, que refresca y nos deja ver. 

El miedo se hace adulto en un abrir y cerrar de ojos.